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083 – Una de mis niñas eternas favoritas

    Historia Azul

     

    Te saluda Natalita, y por ahí anda mi duende Augusto, que no se si lo oyes todo emocionado. Él es el más fiel compañero que existe, ¿y sabes qué? ¡A ti también te acompaña uno, aunque todavía no lo conozcas! Soy una niña eterna que ayuda a otros a recordar La Gran Ciencia del Balance, contando historias de nuestras aventuras por La Princesa. Junto con Augusto, y muchos otros guías, imparto sesiones de sanación cuántica a todos esos niños eternos que están dispuestos a sanar, reprogramando sus creencias, pero de todo eso te cuento en las notas del programa. Mientras tanto, te dejo con una de las versiones de mi misma, que cuentan historias de colores, según quien decida contar la historia del día.

    Bitácora de aventuras, edición una de mis niñas eternas favoritas

    Historia Azul

           La primera vez que hablé de duendes fue con mi amiga Mónica y su amigo Laloux. Estábamos en Piñones, jugando a todo lo que se puede jugar. Si algo me gusta de ella es que puedo brincar de una a idea a otra, y de un juego a otro, y se monta en todo. Y no se pierde, que es el detalle más importante 

           Jugamos un ratito en la playa y nos metimos a un paseo tablado que está entre unos árboles de pino que te hacen sentir que ya no estás en Puerto Rico, si no en Irlanda o alguno de esos países nórdicos. Estábamos brincando de una tabla a otra, jugando a escondernos aquí y allá, cuando se paró un duende frente a nosotras. Fue el primer duende que he conocido que no hablaba, mira que a ellos les gusta hablar. Él solo volteaba a mirarnos y caminaba, y volvía y nos miraba como que vengan, síganme. 

           Seguimos el juego de esconder y de explorar el tablado a la misma vez que lo seguíamos, total, él no quería hablar, no se iba a sentir excluido. En un momento, él  paró de correr y se sentó en el mismo medio del tablado. Como no decía nada, nos paramos frente a él, a mirar todo lo que había alrededor. Yo en lo personal me puse a contar las futuras uvas playeras que crecían en un racimo cerca de mi. Tratamos de cambiarnos de tamaño para llegar a las que estaban más altas, pero no pudimos. Cuando uno no se puede cambiar de tamaño a su antojo, es porque algún reto enfrenta, y justo en ese momento me di cuenta de que algo tenía que ver con el duende silencioso que estaba sentado frente a nosotros. 

           Unos minutos más tarde, decidimos sentarnos frente a él a pensar en silencio también, y un rato después se nos habían cerrado los ojitos, quizás un minuto, no más de eso. Cuando los abrimos, estábamos completamente rodeados de duendes. Nunca en mi vida había visto tantos juntos, y mucho menos tantos juntos en periodo de transición de compañía de persona. Todos se sonrieron, pero se quedaron en silencio. Empezaron a caminar en una filita, y luego se acomodaron en diferentes filitas. Era toda una organización, casi coreográfica, que parecían haber hecho mil veces de tan perfecta que estaba. Augusto se les unió, y me imaginé que era una danza antigua, porque él parecía haberla hecho mil veces también. Era como si la hubieran ensayado mil veces juntos. 

           Estaban haciendo dibujos con las filas que formaban mientras caminaban. Me trepé en una ramita para verlos desde arriba, y me di cuenta de que la filita de duendecitos se bajaba del tablado y se metía en el mangle. Pasaban, por debajo de las raíces unos, y por encima de las raíces otros. Los seguimos, y pasamos hasta el otro lado de la laguna. Finalmente se detuvieron en unos retollitos. Cada uno fue pasando por frente a ellos, y le decía algo, nosotros hicimos lo mismo. Después pasamos por unos niditos de pájaros, y cada cual susurró su mensaje. Después llegamos hasta la playa y llegamos a unos huevos de tinglar, y una vez más cada uno dejó su mensaje. Estaban llevándonos de un lado a otro sin hablar, solo se escuchaban los susurros de mensajes a cada criatura. 

           Se repente entendí qué hacían allí concentrados, no eran todos duendes sin compañía, unos sí lo eran y otros no. Todos los duendes de los que estaban de pasadía familiar se habían unido para encontrarse en el bosque y el tablado y ayudar a sanarlo, un susurro a la vez. Los duendes habían llevado a los olvidadizos hasta allí para ayudar con esa tarea. Cuidaban un gran centro de vida, uno de los portales de transición más importantes de este rincón de La Princesa. Hicieron un círculo, gigantesco y pequeño a la misma vez, todos cabíamos, todos estábamos cerca, era como si las dimensiones se escaparan y no tuvieran validez. 

           Una vez estuvimos todos en posición, se encendió una lucecita justo en el centro, y empezó a hablar y contar historias, así pasó una y después la otra. La más que me gustó, era de alguien a quien Augusto acompañó alguna vez, hace muchos años, me dijo: "a mí también me gustaba el mar", me tiró una guiña resplandeciendo y se fue. Siguieron saliendo y diciendo una historia en una sola oración, se veía el destello y se iban. Eran destellitos de luz negros, como negro tornasol. 

           De inmediato recordé el día que La Muerte, la hermana gemela de La Vida, me invitó a adentrarme en ella, y conocí tantos otros destellitos, y hasta fui un destellito. Aunque todavía no me toque tenerla a ella como guía, me alegra haber tenido la dicha de tener un adelanto de tan mágico lugar. 

           Le tocó su turno a Mónica, y se le acercó un destellito a hablarle, pero para nuestra sorpresa, no dijo nada. Solo comenzó a jugar con ella, giraba a su alrededor y la hacía correr de lado a lado. Lo único que se escuchaba era su risa, se reía tanto, y mientras más reía, más fuerte brillaba. Augusto, Laloux y yo nos quedamos viendo. Todos los demás destellos se despidieron, y uno por uno en filitas los duendes se fueron despidiendo y marchando. Solo quedamos nosotros, viendo el espectáculo de dibujitos hechos con brillo, y las risitas de Mónica y el destellito que la vino a visitar. Cuando llegó el momento de partir, el destellito le dio un beso en la frente, y se fue riéndose, alegre de haber jugado una vez más. 

           Mónica regresó a donde nosotros, triste y feliz a la vez. Hacía más de 10 años que no jugaba con ese destellito, y no sabía cuándo volverían a jugar, pero tenía la satisfacción de haber jugado una vez más, y eso era lo más importante. 

           Una vez Mónica me dijo: "el tiempo se hace", cuando intentábamos cuadrar agendas en un momento en el que tuvo como 3 trabajos a la vez y yo 2 y, en efecto, "el tiempo se hizo y compartimos". No he conocido en la vida una persona tan fuerte, tan especial, ni tan diferente a los demás, y a la vez tan similar a mi. Haberla conocido, es casi brujería para mi, y creo que gracias a haber encontrado una persona con quien jugar feliz fue que los duendes se nos mostraron en el camino. Con ella también aprendí a ser una loca feliz, y a soltar un poco la preocupación por la opinión de los demás sobre pensar, hacer y decir eso que nos hace felices. 

    1 de agosto de 2020

    Y tú, ¿eres una loca o un loco feliz?  ¿Me cuentas? 

    Dentro de dos semanas te cuento otra historia, mientras tanto, puedes conectar conmigo la próxima semana en Sanando con tu Duende, un espacio para la sanación cuántica. Un podcast en el que te cuento lo que me enseña mi duende Augusto a través de nuestras sesiones de sanación. Si me quieres ver antes, te espero el miércoles a las 12 PM hora de Puerto Rico, a través de nuestro canal de YouTube y en Instagram, en una sesión en vivo en la que podrás hacerle tus preguntas a Augusto, y de paso ir aprendiendo a conectar con tu duende. Sí, tienes un duende. Te recuerdo que junto con Augusto, y muchos otros guías, imparto sesiones de sanación cuántica a todos esos niños eternos que están dispuestos a sanar, reprogramando sus creencias. En las notas del programa te dejo todos los enlaces, para que puedas reservar tu sesión, y visitarnos en nuestros otros espacios. 

     

    https://linktr.ee/natalita_

     

    Nos veremos otro dia que no sea hoy. ¡A dormir!