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Bitácora de aventuras, edición los 33:

    Les cuento esta historia desde un hospital. Me resulta hiper gracioso, pues venía a contarles de cómo mi cuerpo ha venido jugando a mi favor o contra, según los ojos con los que se mire, y pues, aquí me trajo. Historia amarilla….

    Hace unos años conocí una bruja en México y nos fuimos a un museo.  Digo, ella no se presentó como bruja, pero tengo el talento de reconocerlas, siendo una en orgullosa formación. Ese día encontré los perfectos compañeros de viaje, de una manera extraña. Hacía unos meses, una de mis amigas se había casado con un mexicano, y su familia y amigos vinieron a Puerto Rico para la boda. Fue una semana hermosa, dando brincos y saltos con ese corillo, y al final, tan bien la pasamos, que decidí tomarles la palabra cuando hicieron la invitación de mostrarnos México como nosotros les mostramos Puerto Rico. Llegué, y dormí mi primera noche como una reina. La mañana siguiente, pasó a buscarme la mamá del mejor amigo del esposo de mi amiga. Esa es la hermosura de la improvisación, termina uno conociendo a las personas más indicadas, aunque no sean las que esperabas conocer. Llegamos al punto de encuentro, resulta que era el día de las madres en México, y ella se encontraría con su mejor amiga. Probé chilaquiles por primera vez, siguiendo fielmente sus recomendaciones, y desde entonces, es lo que como en cualquier restaurante mexicano que los tenga en el menú. Ha sido uno de los mejores días de mi vida, estuvimos casi 7 horas en un museo de antropología, hasta ese viaje, pensaba que nunca podría disfrutar un viaje con una persona, pero descubrí que tenía varios compañeros ideales.

    Estuve todo el día entre risas y aprendizaje, eran dos mejores amigas que no podían ser más diferentes entre sí, ni yo de ellas, pero sin la más mínima duda, dos libros abiertos de historias, cada una a su manera. Leímos cada letrero de toda la exposición, solo nos detuvimos una hora a almorzar, y regresamos de inmediato. Después de leer cada letrero y detenernos a observar cada figurilla y cada pequeño recoveco, nos poníamos a hablar sobre el tema mientras caminábamos de una pieza a otra. De veras, he tenido pocos días tan cabrones como ese. Una de las frases que más recuerdo fue de la mejor amiga, le preguntaron por qué no quería carne ni queso, y si no le preocupaba no tener proteína, y ella interrumpió y dijo: no necesito proteína ni carne ni carbohidratos ni nada de eso, necesito nutrientes, necesito comer alimentos con nutrientes, y eso estoy comiendo, nos obsesionamos con lo que nos dicen los médicos, y se nos olvida cómo comían los ancestros, ellos comían nutrientes.

    En cierto punto, estábamos frente a unas figurillas, que parecían estar sentadas, y la mejor amiga me mira y me dice, ves eso, nuestros ancestros practicaban yoga, no están sentados, están en la pose de loto. En la India le llamaban yoga, pero es una práctica de todos los ancestros, de todo el mundo, lo hemos olvidado, pero son conocimientos ancestrales universales, por eso me gustan los museos de antropología. Yo solo sonreía, es lo que me gusta de esos museos también, cada día todo me parece más lo mismo, sin importar en qué rincón del planeta esté. Continuó hablándome de los ciclos, y de cómo las estrellas se mueven en un ciclo de 26,000 años, que muchas tradiciones orales ancestrales de todo el planeta hablan sobre eso de una manera u otra, y yo solo podía sonreír, me paso leyendo libros de astronomía, astrofísica, de historias alternas sobre los orígenes de la humanidad, esos son de los temas que más interesantes me resultan, y rara vez coincido con personas con intereses similares. Luego, todavía frente a las estatuillas,  me preguntó mi edad, y cuando le dije que tenía 31 años, sonrió y me dijo, estás casi ahí, espéralo, porque muchos cambios vendrán, y debes estar lista. Y me siguió diciendo: muchas cosas importantes están atadas al 33, a la edad 33, mira que fue la edad a la que Cristo se manifestó y empezó su trabajo en la Tierra. Yo recordaba eso, y probablemente es su formación por eso lo asocia más fácilmente, pero he aprendido que muchas figuras principales de otras religiones también tuvieron un momento de “no vuelta atrás” a esa misma edad. Realmente no le había dado tanta importancia. Yo leo y leo, me gusta aprender, no sigo ninguna enseñanza en particular, ni estoy en ninguna búsqueda que no sea aprender de todo lo que pueda aprender.

    Olvidé esa conversación básicamente hasta el 6 de enero que empecé a escribir esta bitácora, quizás porque en apenas unos días cumpliría 34 años y atrás quedaría el número 33. Los temblores retrasaron el proceso y, de bienvenida a los 34, tuve que ir al hospital, desde donde terminé contándote esta historia. Había vivido mucho tiempo obsesionada con el 33, pero no le di importancia, al final del día, el 3 es uno de mis números favoritos, y estaba segura de que era porque me encanta la canción “33” de la Mala Rodriguez, y se me quedó pega’ la primera vez que la escuché. Estando en el hospital, me entró un mal de risa mientras escribía, los mareos empezaron, casi como el reloj, unas semanas antes de mi cumpleaños número 33, la pegó la señora, y de qué manera, este año ha sido más de cambios que cualquier otro que pueda recordar. Te cuento, que en solo un año: 

    • Tuve que dejar de guiar, porque no logro estar tan alerta como hace falta para guiar
    • Dejé de tomar alcohol, porque de un sorbo siento que me he tomado los 5 whiskeys que me tomaba hace 10 años
    • He perdido confiabilidad en mi visión, porque se va y vuelve a su antojo 
    • He sido más lenta que nunca, porque me la paso haciendo pausas para poder terminar cualquier cosa
    • Tengo que ayunar si deseo unas horas de productividad, porque una vez ingiero algo, empiezan los síntomas y no puedo predecir cuánto durarán, a veces 20 minutos, a veces 4 horas
    • He estado más encerrada que nunca, porque es más fácil pasar los procesos en la casita
    • He visto menos personas que nunca, por eso de no estar con la lloraera cada vez que me encuentro a alguien, y la verdad es que a veces lo que quiero es llorar de la frustración
    • He pasado más tiempo en la casita que nunca, y he notado por primera vez, y digo que lo he notado, porque me imagino que siempre fue así, simplemente no estaba aquí nunca, que los pajaritos se pasean descaradamente por la casa todo el día 
    • He hablado con más pajaritos que nunca, y debo confesar que la mitad del día me la paso tratando de no moverme para que no se espanten y se queden un ratito más picoteando por el piso
    • He dormido más que nunca, no sé con certeza cuándo fue el último punto en mi vida en el que dormí más de 9 horas todos los días por tanto tiempo corrido
    • He comido más que nunca, quizás irónicamente, pues las consecuencias de comer después de ayunar para conseguir productividad son peores que comer más a menudo, así que digamos que, sin remedio, lo mejor es pasar el día de merienda en merienda, y que afortunada soy, de poder hacerlo
    • Finalmente tuve el tiempo de sentarme a escribir y, como no puedo salir de la casa, también de dibujar, aprender a hacer un podcast para lanzar el audio libro virtual, y hasta crear una página web por mi cuenta. 
    • He conseguido la disciplina que no pensé que lograría, para hacer las cosas que de verdad quiero hacer, quizás por ese mismo temor a dejar un sueño sin cumplir, en caso de que lo que sea que tengo termine por dañar mis planes de ser una hermosa viejita de 120 años que hace muchos chistes.
    • Quizás mi cuerpo se dio cuenta de que estaba un paso atrás, y sin ese empuje olvidaría que atravesaba esos famosos 33, y que algo tenía que hacer para plasmarlos.

    6 de enero de 2020