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067 – Los Maestros

    Historia Roja

     

    Te saluda Natalita, y por ahí anda mi duende Augusto, que no se si lo oyes todo emocionado. Él es el más fiel compañero que existe, ¿y sabes qué? ¡A ti también te acompaña uno, aunque todavía no lo conozcas! Soy una niña eterna que ayuda a otros a recordar La Gran Ciencia del Balance, contando historias de nuestras aventuras por La Princesa. Junto con Augusto, y muchos otros guías, imparto sesiones de sanación cuántica a todos esos niños eternos que están dispuestos a sanar, reprogramando sus creencias, pero de todo eso te cuento en las notas del programa. Mientras tanto, te dejo con una de las versiones de mi misma, que cuentan historias de colores, según quien decida contar la historia del día.

    Bitácora de aventuras, edición Los Maestros:

    Historia Roja

        Tengo una percepción un tanto cínica de la religión y las búsquedas espirituales, por eso, no tiendo a compartirla con frecuencia.  Hoy me levanté pensando en la búsqueda de la perfección y los balances, a veces uno cree que se las sabe todas cuando se queda en su zona cómoda, y un solo día que te sales de esa burbuja y la cagas a nivel masivo, te hace preguntarte si todas tus búsquedas han sido en vano, habiendo fallado en una prueba tan sencilla...  

        En este último año, la vida ha cambiado un montón, pasé de ser una soltera eterna a ser una novia y una madrastra hecha y derecha en cuestión de semanas (literal semanas, así de casco me tiré jeje).  Los niños son bebés como quien dice, así que entré en la edad perfecta, siento que andamos entre amigos más que cualquier cosa.  Todo era perfecto hasta el día que me tocó quedarme sola con ellos, claro, uno puede ser el amigo mayor siempre que haya otro adulto envuelto, pero algo que nadie me advirtió fue que me tocaría a mí también ser el adulto de vez en cuando.  Las primeras veces fueron interesantes, pero se logró, terminaba alabando a las madres del mundo, preguntándome cómo lo podían hacer todos los días, y dormida en el mueble sin recoger ni un solo papel del piso, fregar un solo plato o tener la más mínima intención de bañarme. 

        La última vez que vinieron los nenes, había tenido una semana interesante de trabajo todos los días sin parar, andaba muerta, y por cosas de la vida, me los tuve que llevar a trabajar conmigo y todo.  Digamos que para las circunstancias se portaron bien (digo pensando en que qué carajo me creo yo diciendo que se portan bien o mal, si los niños no pertenecen a oficinas ni restaurantes donde no pueden hacer ruido ni tocar nada, pero bien, eso lo aprendí ese día a la mala). Cuando regresamos a la casa, me disponía a empezar a cocinar y me doy cuenta de que se me acabó la comida favorita del nene, que solo come una cosa casi que en el mundo, y no tenía más en la casa, pero tampoco iba a salir de nuevo solo a conseguirlo, así que recordé una segunda cosa que esporádicamente come y se la ofrecí.  Me dijo que no todo el tiempo.  

         Después de múltiples intentos, se quedó sin comer, y nos tiramos la rutina autoestablecida para sobrevivir la maternidad doble sin nada de experiencia, ya a las 8:00 PM estábamos tirados en la cama viendo un corto de muñequitos para dormir.  Me toca y me dice: “tengo hambre”, y me entra la culpa de que no conseguí que comiera nada y le digo: “lo que hay es lo que te ofrecí, lo que quieres se me acabó, si te lo comes lo caliento”.  Para mi sorpresa, dijo sí, así que le arranqué la mano y nos levantamos para ir a comer.  Le caliento la comida, y cuando se la doy me dice que no quiere, pero sigue diciendo que tiene hambre.  Ahora viene el momento que no esperé llegar, pues siempre me he considerado una persona paciente.  Como lo he visto comer eso mil veces, le dije de mala manera que eso era lo que había, y le puse la cuchara cerca de la boca para obligarlo a comer.  Cuando me empujó la mano con susto (nunca me había visto obligarlo a nada ni perder la paciencia) me molesté y le dije, de mala gana otra vez, “pues quédate con hambre entonces”. De repente los vi con los ojitos abiertos a los dos y me di cuenta de que había perdido la paciencia por una bobería, y se me aguaron los ojos, lloré como una pendeja entre medio de los dos y les pedí perdón.  

         Obviamente, ya ellos estaban encima mío otra vez de lo más felices viendo los muñequitos y listos para regresar a la cama a dormir, y abrazándome.  Eso me hizo sentir más culpable todavía.  Al otro día se fueron temprano, no tuvimos cierre (otra vez, no tuve yo, ellos me dieron beso y abrazo de lo más normal). Por alguna razón, hoy cuando entraron por la puerta yo estaba super asustada, pensé que estarían molestos y recordarían solo la cabrona cuchara de arroz directo hacia la boca de la última vez.  

         El ego es una cosa loca, creo que lo que me dolía de verdad era que había perdido la paciencia y nunca me pasaba y me sentía que me había alejado de mis esfuerzos por “ser mejor”.  Mierda, me preocupaba su impresión sobre mí, yo ya sé dentro de mí que de vez en cuando uno resbala y no es su mejor versión, pero que alguien más lo note, eso sí que nos duele.  Obviamente, como nacemos sabios y olvidamos todo al crecer, hoy ellos estaban como si nada.  

         Para un niño, no hay tiempo que perder con inseguridades, ni con molestias, la vida es mejor pasarla jugando al monstruo entre las sábanas y debajo de las almohadas en la “casa de Natalia”, como le llaman.  Para dejarme llevar un poco más de su sabiduría, brincamos en la cama toda la mañana agarrados de las manos para no caernos, jugamos a cocinar bizcochitos y no nos preocupamos por el escándalo de las risas.  

         Creo que ellos hicieron las paces con la cucharada de arroz desde esa misma noche pero, al menos yo, las hice hoy, entendiendo que un día que pierda la paciencia no me hace una mala madrastra, y mucho más importante, aprendiendo que si de niños se trata, es mejor seguir sus planes de juego que intentar imponer el orden de adultos que no aprecian el ruido de las risitas. O al menos casi siempre, después de todo, ellos son los que saben sobre la vida, y nosotros apenas andamos por ella intentando recuperar esa sabiduría.

     

    1 de septiembre de 2018

     

    Y a ti, ¿qué te ha ensenado algún niño?  ¿Me cuentas? 

    Dentro de dos semanas te cuento otra historia, mientras tanto, puedes conectar conmigo la próxima semana en Sanando con tu Duende, un espacio para la sanación cuántica. Un podcast en el que te cuento lo que me enseña mi duende Augusto a través de nuestras sesiones de sanación. Si me quieres ver antes, te espero el miércoles a las 12 PM hora de Puerto Rico, a través de nuestro canal de YouTube y en Instagram, en una sesión en vivo en la que podrás hacerle tus preguntas a Augusto, y de paso ir aprendiendo a conectar con tu duende. Sí, tienes un duende. Te recuerdo que junto con Augusto, y muchos otros guías, imparto sesiones de sanación cuántica a todos esos niños eternos que están dispuestos a sanar, reprogramando sus creencias. En las notas del programa te dejo todos los enlaces, para que puedas reservar tu sesión, y visitarnos en nuestros otros espacios. 

     

    https://linktr.ee/natalita_

     

    Nos veremos otro dia que no sea hoy. ¡A dormir!