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061 – La conexión

    Historia Verde

    Augusto siempre me exhorta a hacer silencio y observar cuando tengo dudas sobre algo. La naturaleza es curiosa, no le gustan las preguntas sin responder y, como un niño al hacer una pregunta, corre a buscar la respuesta y la deja disponible para el próximo que lo necesite, algo así como colgando en el aire, pero no exactamente eso. Es medio “tricky” leer los mensajes que carga el aire, para eso hace falta práctica y la mejor práctica es sentarte en silencio con tu duende con los ojitos cerrados. 

    Aunque los duendes recuerdan toda La Gran Ciencia del Balance, no lo pueden recordar todo el tiempo, porque se distraen demasiado jugando, y siempre hacen hincapié en que es la mejor manera de pasar el tiempo. Para poder guardar y tener disponible todas las respuestas y todo el conocimiento cuando haga falta, se encargaron de tejer una red en conjunto con el aire, y en esa red van hilando a diario todo el conocimiento viejo y el que está por crearse. Es algo parecido a una telaraña, pero mucho más complicado, porque es gigante, y no se puede tocar, ni ver, ni dibujar exactamente. Digamos que son como unas lucecitas que parpadean frente a ti cuando las necesitas. 

    Cuando necesitas saber algo, las lucecitas hacen su intento de mostrarse frente a ti con la esperanza de que las veas y sea todo más fácil para ti, y si les haces zoom, puedes ver imágenes, escuchar palabras, percibir olores y hasta sentir las respuestas. Requiere práctica, como todo, pero todo está ahí disponible para que todo el que percibe con detenimiento lo pueda recordar. Un bebé percibe todo ese conocimiento al nacer, por eso lo saben todo al empezar su vida. A medida que van pasando los años y va olvidando, cada día más necesitará de explorar los secretos de la Gran Ciencia del Balance que se encuentran en el aire para poder recordar.  

    Un día Augusto me invitó a cerrar los ojos. Me dijo que es casi como soñar, pero al revés. Cuando soñamos, nos vamos a los espacios que están en los sueños y allá conocemos personas y criaturas, o coincidimos con viejos amigos. Pero no se hace eso solo durmiendo, estando despiertos también podemos conocer nuevos amigos, si cerramos los ojos, pues le damos paso a escuchar, sentir y oler nuevas cosas, que normalmente no podemos percibir porque nos enfocamos mucho en la vista. 

    Hace unas semanas, siguiendo sus recomendaciones, me senté en el Balconcito de la Felicidad y cerré los ojitos. Me quedé sentada para asegurarme de que no me dormía, pues estamos tan acostumbrados a cerrar los ojitos y dormir que rara vez usamos ese ejercicio para otra cosa, y terminamos dormidos en vez de percibiendo con los otros sentidos. Me senté al lado del arbolito de limón, y traté de imaginar qué se sentiría ser él, qué se sentiría ser un arbolito joven creciendo en un balcón. A veces, para cuidar nuestras plantas mejor, es preferible colocarnos en sus zapatos y averiguar qué necesitaríamos si fuéramos ellas. 

    Con los ojitos cerrados, y pensando en el arbolito de limón, empezaron a llegar memorias recientes relacionadas a él. Hace unos meses, se le habían pegado unos insectos, y cuando los vi lo primero que quise hacer fue buscar una cura para la enfermedad, la supuesta enfermedad. Primero trate de tomar una buena foto de los insectos, para saber qué remedio buscar. Unos días después algo me dijo que lo mejor era dejarlos, si habían llegado hasta acá arriba, algún propósito tendrían. Me senté a su lado y les hablé a los insectos un buen rato. Ya hoy cubren todo el tronquito, pero de todas maneras, el arbolito sigue soltando limones miniatura. Noté con los días también que llegaron cientos de hormigas, no sé si están peleadas o en sincronía con los animalitos, pero decidí creer que están en una relación balanceada, y que será favorable para todos, los insectos, las hormigas, y el arbolito, y bueno, nosotros también, que queremos comer limones. 

    De ese día van varias semanas, y todo sigue igual, a paso más lento pero firme, la plantita va soltando hojitas nuevas, y espero yo, también limones nuevos pronto. Entonces no pude sino pensar, ¿qué hago yo buscando remedios para plantas enfermas? ¿Será que se enferman las que deben enfermarse y no debo intervenir? ¿Será que les hablo bonito a diario,  las animo a superar las batallas a ellas solas? De lo más loco que he vivido, es vivir en un momento histórico en el que existen compañías que crean insecticidas y añaden químicos a los cultivos para matar o ahuyentar a otras criaturas, que al final del día siempre encontrarán cómo llegar, pues han demostrado ser tan o más tenaces que nosotros. Quizás meramente nos toca parar, y dejar que todo se balancee sin nuestra intervención; no existen las pestes, ni animales dañinos, simplemente a veces están donde no los deseamos. Es momento de pensar por qué no los deseamos ahí, y por qué están ahí. 

    Toda historia tiene más de una versión. Es momento de empezar a ver las historias contadas desde diferentes ángulos, para entenderlas mejor. De inmediato, me transformé en el insecto que “invadía” mi arbolito de limón, y me sentí asustada. Todos los días viene una gigante y se para a mirarme, a tratar de retratarme pero como soy tan pequeñita me pega el celular sin saber que me molesta. Mi mamá me lo advirtió, que no me reprodujera tanto porque llamaría demasiado la atención y todos tratarían de sacarme. Mi familia lleva años multiplicándose poco a poco para no ser detectados, pero no, yo fui ambiciosa al reproducirme, y aquí estoy. Sé lo que hace con su celular, busca maneras de acabar conmigo, con mi familia, solo le importa ella y su arbolito de limón. ¿Y nosotros dónde vamos a vivir? En el bosque nadie nos molesta tanto, eso me contaban las tías, yo nunca he vivido en un bosque, que allá todos estaban demasiado ocupados, había demasiado que ver y hacer para enfocarnos en sacar a los demás de sus casas. 

    Me entró una tristeza profunda combinada con miedo, y entender que no era mía, si no de la supuesta plaga me hizo abrir los ojitos de cantazo y volver a mi. Cuando abrí los ojos, estaba la pequeña Natalita del tamaño de una de ellas sentada en una de las hojitas del arbolito de limón, justo al lado del limoncito en camino, hablando con el insecto que hacía unos minutos había sido yo. Le dijo: “mira, necesitamos llegar a un trato, aquí hay espacio para todos, pero por favor no me ahorques el limoncito, que de por sí es jovencito y no tiene mucha experiencia en esto de hacer limones, no se multipliquen tanto, y estaremos todos bien y felices. ¿Qué te parece?” La insectita sonrió, y lo entendimos como un sí. La pequeña Natalita corrió a donde mi, se acomodó en una de mis pantallas y se acostó a dormir, la conversación la había cansado. 

    Me levanté del piso, y Augusto me ayudó a cosechar uno de los limoncitos, lo abrimos y nos hicimos un té de lo más rico, mientras me contaba sobre personas que lastimaban a los árboles de limones para que  sus limones fueran más grandes y no tuvieran semillas, y que como eso los ponía tristes, sus limones no sabían igual. Me contó que un limón miniatura con semillas vale por mil limones gigantes sin semillas, y le tomé una foto para nunca olvidar ese momento.

    20 de abril de 2020

    Y tú, ¿te has sentado con tu duende a cerrar los ojitos?  ¿Me cuentas? 

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