Skip to content

054 – Los Espejos

    Historia Chinita

    Un espejo te puede dar un reflejo de tu vida, casi en cualquier sentido que lo mires.  Yo diría que cuando me miro, o miro algún aspecto de mi vida, trato de visualizar, no tanto lo que es, si no lo que podría llegar a ser.  Como seres, tenemos la oportunidad de crecer cada día sin importar cuán buenos ya seamos en algo.  Por eso me resulta super importante visualizar siempre más de lo que ya somos. Si le meto al baile, me debo imaginar bailando mejor.  Y en esos temas, cuando era chiquita me obsesionaba con los bailes del talent show de la escuela, quería hacerlo mejor, saberme los pasos mejor, y no necesariamente mejor que los demás, si no mejor que yo misma el día anterior.  Mientras me bañaba, y hasta mientras me quedaba dormida, practicaba los bailes en mi cabeza. Y la verdad es que funcionaba, al siguiente día, había dominado un poco más la coreografía, porque la hice en mi cabeza tantas veces que me quede dormida.  Me vi tantas veces bailando, que el cuerpo parece que lo registró como baile de verdad. De la misma manera, cuando siento admiración por alguien, a veces pienso en la conversación que tendría algun día con esa persona, y en especial mientras me visto si es que voy ese día a algún lugar en el que podría tener la oportunidad de cruzar ideas.  Y lo mas cabron de todo, es que muchas de esas conversaciones las he llegado a vivir tal cual las imaginé, creo que me las he vivido tanto en mi cabeza que las traigo a la vida. A veces pienso en nuestras capacidades y no paro de asombrarme, he visto tanta gente a mi alrededor “decir y hacer”, que se me han quitado las dudas con el tiempo de que existen los imposibles.

    Y volviendo a los espejos, un espejo puede ser cualquier cosa; otra persona, una costumbre, una mascota, algún miedo, un jardín, la casita.  Yo en cierto punto de la vida, me vi bastante triste por cosas que ahora me dan mas gracia que otra cosa. Cuando se decidió que ya no viajaría más a Grenada a visitar al “negrito bonito”, cuento largo para otra bitácora, la decisión me tiró en la cama y dormir era lo único que quería hacer.  Como no todo fue tan trágico, también quería tomar vino todo el tiempo, ese último deseo me ayudo de una manera extraña a salirme de la cama. Una noche, me vi bailando con una botella en el espejo de la sala, me dio mucha risa y tristeza a la vez la imagen, y me paré para mirar con detenimiento la imagen.  Yo soy super nerd y me encanta hacer listas de todo y anotarlo todo, y en mi proceso de pasar una tristeza, no soy tan diferente. Así que en esa ocasión agarré marcadores y escribí listas de cosas por hacer en todos los espejos de la casa, con la esperanza de que anotarlo y verlo me iba a obligar a hacer cosas que me ayudaran a pensar en otra cosa que no fuera la decisión que había tomado sin querer tomar.

    En esa ocasión, noté dentro de mi nota, que la estrategia de escribir en los espejos me había fallado por primera vez en la vida, y que, fuera de estar avanzando con lo próximo en mi vida estaba bailando en el medio de la sala, con una botella en mano y con la mente puesta en el pasado.  Entre una risa y molestia conmigo misma (porque no hay nada malo en bailar con la botella, pero sí hacerlo mientras se llora por cosas que ya no serán), me acerqué a leer la lista y me di cuenta de que una de las cosas que decía era “comer bien y mantener tu peso” (mi cuerpo tiene la habilidad de perder sobre 10 libras en una semana después de algo triste, y enfermarse en el proceso). Y allí estaba mi imagen, flaquitita otra vez, y yo sin darme cuenta.  Esa noche tuve uno de los mejores jangueos de mi vida, solita en la casita, guardando cosas en cajas para donar, y cantando y bailando, con el IPod puesto a todo volumen. Y, obviamente, con la botella de vino sobre el counter dándome apoyo de sorbo en sorbo. Esa noche me acabé tres cuartos de la botella, y empaqueté básicamente todo, lo que quedó fueron misceláneos que fui sacando poco a poco en los próximos años. El “negrito bonito” se había ido súbitamente de la isla hacía 3 años, y yo me había quedado a cuidar su casa y sus cosas, así que era como si el tiempo se hubiese detenido, todas sus cosas estaban allí, y yo era una mera invitada. Esa noche, en el espejo (y ayudada de mi nota), vi la casita como si fuera mía, por primera vez, y a mi como era antes, feliz, bailando, y con un pantalón tamaño 5 y no 1 (como el que tenía puesto).  Ver eso me ayudó a dar el próximo paso, pero hacía falta verlo, visualizarlo. Uno debe ir por la vida viéndose como querría verse, para creérselo tanto, que al final uno se convierta en eso que quiere ver, o al menos así me ha funcionado a mi a la hora de cumplir metas, pequeñas y grandes.

    6 de junio de 2018

    El tiempo (y el vino, quizás en exceso, quizás en las cantidades justas y necesarias), definitivamente, te dan ojitos nuevos, y nada vuelve a ser igual. Quizás hoy más que nunca, lo mejor que podemos hacer sea sentarnos frente a un papel, pararnos frente a un espejo, o donde más nos guste, y pensar en lo próximo que viene, lo que queremos que sea, para ver si de pensarlo tanto, terminamos llamándolo y haciéndolo realidad. En lo personal, me mueve visualizar un mundo en el que no volveremos a caer en muchas trampas de separación en las que como raza hemos caído, ver un mundo en el que volvamos a la tierra, a sembrarla, a vivir con sus ritmos, y en sincronía con ella. Veo, y sueño, con una Revolución de Manitas Sucias. 

    Y tú, ¿qué visualizas después de que acabe esta pandemia? ¿Me cuentas?

    Búscanos en las redes sociales, en Facebook como Bitácora de Aventuras, en Instagram como mini bitácora de aventuras, o pasa por  https://bitacoradeaventuras.com/cuentamelo-todo/ 

    Si te gustan las historias que contamos, date la vuelta por itunes y regálanos tus 5 estrellitas, y si crees que a algún amigo le van a gustar, mándalo pa’cá. Nos veremos otro día que no va a ser hoy, a dormir.